Partamos de la palabra experiencia ¿qué es? Podemos definirla como conocimiento de algo,
algo que adquirimos al haberlo sentido, vivido o sufrido. Hoy vamos a hablar de las experiencias
arquitectónicas.
La arquitectura
es técnica, racional y resolutiva, en donde hay códigos que respetar,
condiciones a las que adaptarse y funciones y programas que deben proyectarse y
materializarse correctamente. Pero no hay que dejar de lado ni olvidar la otra
cara de la arquitectura, un lado sensitivo y emocional que ésta puede generarse
a través del vacío. Qué es lo que siento cuando estoy en esos vacíos, cuando me
encuentro en aquellas atmósferas.
Es ahí cuando entra en juego hasta el más
sutil gesto, para así lograr que un muro sea un poema. Lograr que ese vacío sea
una experiencia diferente comprende desde una tarea de introspección a
incorporar elementos extrínsecos de manera tal que el exterior también sea parte
del interior, utilizando a favor elementos como la luz o el agua, por ejemplo.
Generar estos espacios consta de un gran
trabajo de análisis de los elementos, ya que lo ideal es lograr un ambiente de
la manera más pura posible para así estimular aún más los sentidos y lograr que
el usuario viva y sienta la atmósfera.
“Es sólo
en el vacío, dice, donde se halla lo que es verdaderamente esencial. Una
habitación existe por el espacio vacío comprendido entre las paredes y el
techo, no por el techo y las paredes mismas. La utilidad de una jarra de agua
consiste en el espacio vacío en que se puede poner el agua, no en la forma o en
la materia de la jarra. El vacío es omnipotente, porque puede contenerlo todo.
Sólo en el vacío es posible el movimiento. Quién pueda hacer de sí mismo un
vacío en el que los demás puedan penetrar libremente, será el dueño de todas
las situaciones; el todo puede siempre dominar la parte”
En el LIBRO DEL TÉ de OKAKURA
KAKUZO
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